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Roxana

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Pixaby.com Por más que el cielo estuviera despejado, yo tenía la sensación de que llovía intensamente. Parecía que los dioses descargaran furibunda tormenta de trueno y rayo, destruyendo mi corazón, mi yo consciente. ¿Era miedo? Probablemente.  ¿Qué dicen los filósofos del miedo? Que es la distancia mediana entre lo que comprendemos y lo que no.  Y allí estaba ella, más alta que en mis recuerdos, con su vestido de margaritas deshojando primaveras, perdiendo el tiempo y ganando la eternidad, que era una gloria verla. Nos saludamos fríamente, porque empezaba a hacer calor. Ya llevaba el casco puesto, así que no pude decirle nada al respecto. Subimos las escaleras en tramos de a cuatro. La cartera de piel reposaba en una de las polvorientas sillas. Con cuidado ritual, extrajo uno a uno los legajos, de brillo astral por efecto del papel secante. La tinta era roja. Volví a pensar en el miedo. La última vez que la vi, en la Facultad de Arquitectura, el atraco en la cafetería, la faca asesina

Succa y Balia

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               Imagen cortesía de Pixaby  La cueva estaba oscura como la boca de un lobo. Hacía rato que la hoguera se había extinguido, y los niños dormían unos junto a otros para darse calor. La nodriza vigilaba el sueño de los pequeños, y las otras madres se sentaban a la entrada para impedir las acechanzas de la hembra dientes de sable. Sí, era un universo femenino, gobernado por la sacerdotisa y honrado por las demás mujeres que esperaban el regreso de sus compañeros de la cacería del escurridizo mamut. Fïit, el más joven, se despertó con un bramido gutural y al instante todos los demás berreaban como si no hubiesen comido en tres días.  -Silencio- dijo la nodriza. ¿No querréis acabar en la tripa del monstruo? Esta vez le correspondió hablar a Succa, la niña mayor, protectora de los menores y a punto de convertirse en mujer. De hecho, ya había tenido su primera luna y sólo faltaba completar el ritual con unos pases mágicos. Y la boda. Todo ello ocurriría cuando los hombres regresa

Fancy a dance?

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  El cómo mis padres se conocieron sigue siendo un misterio por resolver. Sólo sé que él era detective privado, allá por los años 30, y que hacía la ronda nocturna por Nueva Orleans acompañado por su recortada calibre 44. Nada más. Ella, mi madre, aparece envuelta en una nube de gasas y tules que ocultan su rostro a medias, y a medias lo revelan con toda la potencia del esplendor de su belleza. Justo en ese instante, todas las mujeres sois ella, todas maravillosas, ingenuas y trémulas, con el sol de espaldas para calentar vuestras alas de ángel. Yo no la conocí, a mi madre, y por eso me la imagino de muchas formas, de todas las maneras, linda y joven, o viejita y arrugada, pero en cualquier caso siempre amorosa. Mi padre quemó sus fotografías cuando se fue del mundo de los vivos y yo, al verle tan adusto y tan reconcentrado, limpiando su revólver con desdén y parsimonia, le temía tanto que no me atrevía a auscultar los latidos de aquel maltrecho corazón.  Cuando cumplí los quince, mi p

La leyenda de la Dama en la Luna

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Siempre soñé con las estrellas. El cielo constelado, amarillo y congelado allá arriba, como parado en el tiempo, eterno, me suscitaba preguntas que acaso no habrán de responderse. En los veranos,  Nana y yo tirábamos un colchón de esponja en el piso de la azotea y mirábamos hacia arriba, hacia la inmensa bóveda que nos abrazaba y nos enviaba vientos cálidos como besos de amante. Nana era una pasa arrugada y sonriente. De su larga boca desdentada salían las más inverosímiles historias, mezcla de verdad y mentira, como se mezclan la ropa sucia y la limpia en un revoltijo multicolor.  - Hay una dama en la Luna- sentenció una de aquellas noches infinitas. Y señaló la panza de Selene para indicar el lugar. -Yo no la veo, Nana Chan. Pero no quiero llamarte embustera. Pelearse con Nana era lo peor que podía ocurrirle a uno. La pasa arrugada de su cara se tensaba y la línea recta de su boca se volvía rígida y escupía amarguras en forma de antiguas palabras chinas que la mayoría de los jóvenes

El exorcismo

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 La luna parecía una inmensa naranja amarillenta que rezumase luz en lugar de jugo. Largas y estrechas sombras se esparcían por doquier, y yo seguía agazapado, cubierto por una fina cobija que no me quitaba el frío, sino la dignidad. Comenzó a llover y mi estómago rugía como fragua. Lloraba mansamente penas antiguas, las penas de mis padres y los pecados de mis hermanos. Me aferraba al rosario con todas mis fuerzas, que no eran muchas, y el pájaro de la madrugada bebió mis lágrimas. Ese pájaro, que aparece en todos los cuentos, no es como lo pintan. Es más bien una paloma de la paz brillante y dibujada de un solo trazo, algo coja y por entero bidimensional. Por tanto, tiene un solo ojo en lugar de dos, y es silente porque carece de cuerdas vocales. Sin embargo, yo sentía su graznido y sus picotazos en lo más hondo de mi corazón, donde se guarda cadena perpetua por los delitos que uno no ha cometido. Y a mi corazón dije: "cállate, manso. Ojalá te vuelvas fiero, porque lo que hemos

Bye, bye, Mr. Paradise

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 Tú fuiste mi primer amor. ¿Lo recuerdas? Yo apenas. Eras el disc jockey de la discoteca Cómic, allí en aquel pueblo perdido entre montañas, con tus diecisiete tacos, tu permanente en el flequillo, tus pestañas a lo Betty Boop y tus movimientos gráciles. Camarero, también, bandeja en ristre, sorteando a los parroquianos venidos de los pueblos de alrededor a machear, los muy gallitos.  A ti te decían El Rata y eras especial. Tú no macheabas. Tu ponías la música y hacías ambiente. También ponías las copas. Música y ruido, ruido y música, decibelios infernales. Rata. Nunca te confesé al oído el torbellino de colores que era mi corazón. Llegó una chica nueva, Paz, pidiendo guerra. Con fuego en el cuerpo y chispas de candela en la mirada. Le dio por ti y te conquistó. Yo sabía que no tenía nada que hacer. ¿Qué podían mis catorce años frente a sus cimbreantes caderas? Mis pechos planos, mi cuerpecillo aún por florecer, ante el busto erguido de la estatua latina? Rata, yo no tenía lengua, por

Me quedo contigo

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Jota iba a encontrarse al fin con Efe. La guerra había acabado y, aunque las víctimas habían sido incontables, el mundo había firmado una tregua consigo mismo. Cocinero de profesión, había servido en la retaguardia hasta que la falta de soldados lo había reclamado a las trincheras. Pero todo eso pertenecía a un pasado remoto. A menudo pensaba en cómo sería Efe. Claro que la había visto en fotos, en videos, a veces en sueños, en forma de hermosa nube que rápidamente se escapara entre sus dedos. No era una mujer corriente, desde luego. Él quería saber más,  pero la guerra los había mantenido separados durante veinticuatro largos meses. Él no sabía si, cuando la viera, sentiría atracción instantánea hacia ella, o si ese sentir sería mutuo. Tan sólo quería  encontrarla porque en ese tiempo se habían hecho muy amigos, y los amigos, a su juicio, debían estar cerca. Sonó el teléfono en la pequeña habitación. -Hola, Jota. -Hola, Efe. Se había acostumbrado a escuchar su voz por el audio del Wha